jueves, 24 de marzo de 2016

Desapareceres

"Ojalá pueda ser siempre así, como vos me ves" - dijo él.
Mientras, ella veía cómo iba desapareciendo,
lentamente,

ante sus ojos

martes, 5 de noviembre de 2013

La Clave

- La clave está más allá, dijo.
Por supuesto, no comprendí a que se refería. La búsqueda había durado años, y cuando supuse que había llegado al final del camino, todo volvía a empezar.
- ¿Y si no hay más allá? - le pregunté con la mirada perdida, desesperanzada. El horizonte continuaba su marcha inexorable, mientras yo intentaba alcanzarlo.

sábado, 6 de julio de 2013

Puedo...

Puedo seguir negando… y dejar que mi corazón reviente por dentro, dejando finalmente en ruinas lo que amenazaba con caer.
Puedo alejarme… y encontrarte a la vuelta de cada esquina, en los reflejos del sol o las caricias de la luna.
Puedo pedirte explicaciones… y buscar las respuestas que quiero oír, y encontrar aún más preguntas que no me quiero hacer.
Puedo intentar evitarte, y así perderme también el mar y las noches estrelladas.
Pero no puedo dejar de amarte, ni de rendirme a tu canto de sirena,
y estrellarme en la rompiente de tu abrazo
aunque el encanto se deshaga cuando muera…

GJL
29/11/2007

sábado, 9 de mayo de 2009

Extraño...

Extraño el verde del campo amanecido,
             el clarear profundo del sol que se despierta.
Extraño la paz de la luz que me aleja
             de mis temores, de mis miedos más profundos.
Extraño el silencio mañanero y sus milagros,
             la gota de rocío que escondida rueda hacia la tierra.
Extraño, y cómo decirlo, que extraño
             irremediablemente tus ojos.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Repetición

Dado que ando medio peleado con mis musas, y me han abandonado a mi suerte, posteo acá algo que ya había subido en mi otro blog. Espero lo disfruten.

- No tengo por qué creerle - le dijo Juan al Anciano que se encontraba de pie delante suyo.

El Anciano lo miraba fijo. Sus ojos grandes y marrones escrutaban la veracidad de las palabras de Juan a través de sus ojos. Juan experimentaba una mezcla de pudor y de temor, porque sentía que su alma desnuda e indefensa estaba totalmente a la vista de ese hombre.

¿Quién era realmente él? ¿Quién se escondía debajo de ese disfraz de viejito amable y simpático, que a la vez era capaz de despertar los sentimientos de culpa más extraños y profundos?.

Juan bajó la vista. La culpa lo había vencido. Se sentía incapaz de escapar de ese sabueso tenaz e implacable. No estaba observando el rostro del Anciano, pero tenía la certeza inefable de que aún su mirada seguía clavada en su alma: como si no se conformara con la violación brutal, sino que buscara también cierta forma de sadismo.

Por más que Juan buscaba un camino, una salida, sentía que su destino estaba ya marcado. De pronto se sintió acabado, con ganas de dejarse morir, tan solo para engañar al Destino y ganarle de mano. Pero, ¿quién le aseguraba que no era justo eso lo que el destino le deparaba? ¿Qué hados inhumanos habían escrito su final?. Y sobre todo, ¿quién era ese anciano que aún permanecía inmóvil, de pie, y con su mirada fijamente clavada en su alma?.

De pronto Juan sintió que una aguja punzante le taladraba el cerebro. No tenía noción de cuánto tiempo hacía que se encontraba allí, parado frente al Anciano. Porque ya no era el Anciano quien se encontraba de pie frente a él, sino que sentía que su estar allí provenía de la eternidad, y que él, como simple mortal, estaba de pie, pero solo de paso frente suyo.

¿Cuánto tiempo había transcurrido?. ¿Es que el Anciano tenía el control del Tiempo y el Espacio, de manera tal que podía manejarlos a su antojo?. No. No tenía conciencia de dónde se encontraba. Todo era espacio sin mediateces; tiempo sin transcurso... o con un fluir tan acelerado que él no podía darse cuenta de la verdad.

Su ser estaba aprisionado por sus inseguridades. Sólo un acto, una sencilla acción decidiría su...
¿futuro?

Tomó entonces coraje y levantó la vista. Y nada. Sólo vacío y silencio a su alrededor. ¿En qué momento había desaparecido el Anciano?. ¿Cuánto había durado ese encuentro?. No sabía, y esa inseguridad lo llevó a tomar una decisión, tal vez la más importante de su vida.

- ¡No!, ¡No tengo por qué creerle! - gritó hasta la extenuación.

Y el espacio y el tiempo volvieron a cobrar forma. Y volvió a sentir el aroma de la vida. Y siguió como venía,
lentamente,
caminando hacia el Abismo.

Guillermo Javier León
1/10 - 6/10/'93

martes, 17 de junio de 2008

Todavía

Ayer mi corazón te vio mil veces
repetida en la multitud,
pero la razón desestimó la ilusión
de tu rostro en cada esquina.

Ayer mi recuerdo sintió el perfume
de tu cabello y de tu cuerpo,
pero la realidad me dejó solo
tosiendo el humo de los autos.

Que triste es seguir esperando el olvido...

domingo, 8 de junio de 2008

El cuarto

Un cuarto azul. La luz lucha contra las persianas eternamente cerradas, en un intento por rasgar la densidad de la noche interna. El aire está enrarecido, y hace a la oscuridad aún más tangible.
Está solo. Solo en la habitación vacía. Sentado, con las piernas cruzadas. Una alfombra de colillas de cigarrillo y cenizas cubre toda la superficie del piso, la cual es sillón y colchón a la vez.
¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez que pudo palpar el afuera? Ni siquiera recuerda si alguna vez estuvo en el exterior: y se pregunta si no habrá ocurrido que en realidad nació allí, quién sabe hace cuántos años, siglos, milenios...
Las paredes están desiertas, como su memoria. Aunque él sabe que desde siempre estuvo predestinado a eso. No sabe si su vida comenzó allí, pero sí es consciente de que allí debe terminar.
Ya no piensa en la soledad. Esa palabra que para él no tiene sentido, porque al no saber qué es vivir con alguien, queda entonces vacía de contenido, como su existencia.
Continúa la lucha entre la luz y las sombras. Pero en él esta lucha ya no se da. No sabe si alguna vez se dio. Todo es un Eterno Presente que nunca está. Un pasado siempre desaparecido. Un futuro que...
¿qué futuro?
Ni la espera para él tiene sentido. Sólo sabe de su muerte. Pero a ella no la espera. Al menos no aún.
De pronto algo lo sobresalta. Se estremece. No encuentra explicaciones. Algo está ocurriendo a su alrededor. Lo percibe. Y lo asusta. Gira su cabeza, y no descubre nada. El ambiente comienza a entibiarse. Y teme. Sus nervios se crispan. Intuye, aunque se resiste, qué es lo que está pasando. La luz, sí, la maldita luz está venciendo. La oscuridad cede. Grita, se desespera. Y de un salto se pone de pie... pero tambalea y cae. Su mundo, su restringido mundo se derrumba. Estallan las seguridades bajo el bombardeo de la luz.
Por un momento se enceguece. Cierra los ojos y teme abrirlos. Pero una fuerza interior, irresistible, lo impulsa a hacerlo. Por primera vez en su vida lucha. Quiere conservar la oscuridad, aunque más no sea dentro suyo.
Pero no puede. Pierde la batalla y sucumbe. Sus ojos se abren, vuelve a enceguecerse, pero de a poco comienza a percibir su entorno.
Ya ve. No reconoce nada. No sabe dónde se encuentra. su mundo terminó por derrumbarse. Pero lo que sí reconoce es el cambio profundo que se está operando en él. No sólo hay escombros a su alrededor, sino que también su interior está destruido. Pero a la vez, comienza una reconstrucción. Y la reconoce. Y se reconoce. Y se siente valiente.
Intenta levantarse, y cae de rodillas. Y comienza a avanzar. Y sale, a la luz, gateando como un bebé, berreando su nombre.

Guillermo Javier León
20/10/1993 y 22/5/1997

jueves, 27 de marzo de 2008

La conferencia

Un salón amplio, no muy bien iluminado. Las paredes desnudas y sin ventanas; la única puerta está cerrada.
Un auditorio que escucha. O hace como que escucha. En el frente hay un hombre que habla. Las palabras salen de su boca constantemente, irremediablemente , casi sin sentido para sus oyentes.
Se diría que se ven, que se palpan, y que por su propio peso caen, como rocas, sobre la gente en el salón.
Y el público se desespera; ese peso ya no puede ser sostenido por ellos y se vencen... caen en una especie de sopor pesado y denso.
Falta el aire. Y las palabras se siguen amontonando. y la desesperación va en aumento. Todos quieren que la avalancha termine. Pero no ocurre. Y las palabras siguen subiendo, y el techo es vencido... y desaparecen. Las palabras y también la gente, envuelta en ese sopor desesperado.

Guillermo Javier León.
22/10/'93

martes, 19 de febrero de 2008

Hombre verdadero

Hace un tiempo quería postear algo... Y no es que no supiera qué. Sencillamente mi corazón pedía re-postear este cuento. Porque me cuenta. A pesar de haber sido escrito por mí hace ya 9 años. Siempre sirve volver sobre lo escrito. Releer, y sentirme comprendido por mí mismo. Para los que no lo leyeron antes. Pero sobre todo para mí.

Sangro. Intento incorporarme, pero el peso de la razón me lo impide. Dedos apuntan insensiblemente hacia mi ser caído. Me ahogo en el mar de ojos que me miran despiadadamente, y mi corazón se encoge.
Pruebo elevar mi brazo en busca de clemencia, pero choco con un techo de prejuicios incansables, que me aprisiona y me ahoga. Busco desesperadamente un rostro, o al menos algo que me recuerde la humanidad de la que vengo, de la que formo parte. Pero todo se torna difuso, y no puedo contener las lágrimas.
Me siento desfallecer, y pido piedad, y grito ya creo que incoherencias...
Entonces, escucho una voz que me llama...
"Levántate... levántate..."
El eco resuena en mi cabeza y me obliga a un esfuerzo supremo.
La voz me imprime una fuerza que no sabía que residía en mi. Creo en ella, y la fuerza aumenta. Poco a poco voy logrando la conciencia de mí, que necesito para erguirme y sentirme hombre otra vez.
La voz no cesa en su exhortación, y de pronto comienza a tomar forma delante de mí. Logro distinguir un rostro entre los cabellos desmarañados que me caen por el rostro. Y me encuentro con su mirada.
Paz... Una profunda paz comienza a invadirme. Todo su ser transmite una tranquilidad liberadora. Se incorpora, y tomándome por los hombros, pregunta:
"¿Dónde están los que te acusan?"
Recuerdo, y miro aterrado a mi alrededor, esperando encontrarme con los dedos y las miradas acusadoras... pero ya no están.
Entonces me encuentro nuevamente con Él. Sus ojos... Esos ojos vuelven a mirarme con un Amor que me quema hasta lo más profundo de mí.
Y dulcemente me dice:
"Yo tampoco te condeno. Vete, y no peques más".

Guille León
3, 10 y 11 de noviembre de 1998