jueves, 25 de septiembre de 2008

Repetición

Dado que ando medio peleado con mis musas, y me han abandonado a mi suerte, posteo acá algo que ya había subido en mi otro blog. Espero lo disfruten.

- No tengo por qué creerle - le dijo Juan al Anciano que se encontraba de pie delante suyo.

El Anciano lo miraba fijo. Sus ojos grandes y marrones escrutaban la veracidad de las palabras de Juan a través de sus ojos. Juan experimentaba una mezcla de pudor y de temor, porque sentía que su alma desnuda e indefensa estaba totalmente a la vista de ese hombre.

¿Quién era realmente él? ¿Quién se escondía debajo de ese disfraz de viejito amable y simpático, que a la vez era capaz de despertar los sentimientos de culpa más extraños y profundos?.

Juan bajó la vista. La culpa lo había vencido. Se sentía incapaz de escapar de ese sabueso tenaz e implacable. No estaba observando el rostro del Anciano, pero tenía la certeza inefable de que aún su mirada seguía clavada en su alma: como si no se conformara con la violación brutal, sino que buscara también cierta forma de sadismo.

Por más que Juan buscaba un camino, una salida, sentía que su destino estaba ya marcado. De pronto se sintió acabado, con ganas de dejarse morir, tan solo para engañar al Destino y ganarle de mano. Pero, ¿quién le aseguraba que no era justo eso lo que el destino le deparaba? ¿Qué hados inhumanos habían escrito su final?. Y sobre todo, ¿quién era ese anciano que aún permanecía inmóvil, de pie, y con su mirada fijamente clavada en su alma?.

De pronto Juan sintió que una aguja punzante le taladraba el cerebro. No tenía noción de cuánto tiempo hacía que se encontraba allí, parado frente al Anciano. Porque ya no era el Anciano quien se encontraba de pie frente a él, sino que sentía que su estar allí provenía de la eternidad, y que él, como simple mortal, estaba de pie, pero solo de paso frente suyo.

¿Cuánto tiempo había transcurrido?. ¿Es que el Anciano tenía el control del Tiempo y el Espacio, de manera tal que podía manejarlos a su antojo?. No. No tenía conciencia de dónde se encontraba. Todo era espacio sin mediateces; tiempo sin transcurso... o con un fluir tan acelerado que él no podía darse cuenta de la verdad.

Su ser estaba aprisionado por sus inseguridades. Sólo un acto, una sencilla acción decidiría su...
¿futuro?

Tomó entonces coraje y levantó la vista. Y nada. Sólo vacío y silencio a su alrededor. ¿En qué momento había desaparecido el Anciano?. ¿Cuánto había durado ese encuentro?. No sabía, y esa inseguridad lo llevó a tomar una decisión, tal vez la más importante de su vida.

- ¡No!, ¡No tengo por qué creerle! - gritó hasta la extenuación.

Y el espacio y el tiempo volvieron a cobrar forma. Y volvió a sentir el aroma de la vida. Y siguió como venía,
lentamente,
caminando hacia el Abismo.

Guillermo Javier León
1/10 - 6/10/'93

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