domingo, 8 de junio de 2008

El cuarto

Un cuarto azul. La luz lucha contra las persianas eternamente cerradas, en un intento por rasgar la densidad de la noche interna. El aire está enrarecido, y hace a la oscuridad aún más tangible.
Está solo. Solo en la habitación vacía. Sentado, con las piernas cruzadas. Una alfombra de colillas de cigarrillo y cenizas cubre toda la superficie del piso, la cual es sillón y colchón a la vez.
¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez que pudo palpar el afuera? Ni siquiera recuerda si alguna vez estuvo en el exterior: y se pregunta si no habrá ocurrido que en realidad nació allí, quién sabe hace cuántos años, siglos, milenios...
Las paredes están desiertas, como su memoria. Aunque él sabe que desde siempre estuvo predestinado a eso. No sabe si su vida comenzó allí, pero sí es consciente de que allí debe terminar.
Ya no piensa en la soledad. Esa palabra que para él no tiene sentido, porque al no saber qué es vivir con alguien, queda entonces vacía de contenido, como su existencia.
Continúa la lucha entre la luz y las sombras. Pero en él esta lucha ya no se da. No sabe si alguna vez se dio. Todo es un Eterno Presente que nunca está. Un pasado siempre desaparecido. Un futuro que...
¿qué futuro?
Ni la espera para él tiene sentido. Sólo sabe de su muerte. Pero a ella no la espera. Al menos no aún.
De pronto algo lo sobresalta. Se estremece. No encuentra explicaciones. Algo está ocurriendo a su alrededor. Lo percibe. Y lo asusta. Gira su cabeza, y no descubre nada. El ambiente comienza a entibiarse. Y teme. Sus nervios se crispan. Intuye, aunque se resiste, qué es lo que está pasando. La luz, sí, la maldita luz está venciendo. La oscuridad cede. Grita, se desespera. Y de un salto se pone de pie... pero tambalea y cae. Su mundo, su restringido mundo se derrumba. Estallan las seguridades bajo el bombardeo de la luz.
Por un momento se enceguece. Cierra los ojos y teme abrirlos. Pero una fuerza interior, irresistible, lo impulsa a hacerlo. Por primera vez en su vida lucha. Quiere conservar la oscuridad, aunque más no sea dentro suyo.
Pero no puede. Pierde la batalla y sucumbe. Sus ojos se abren, vuelve a enceguecerse, pero de a poco comienza a percibir su entorno.
Ya ve. No reconoce nada. No sabe dónde se encuentra. su mundo terminó por derrumbarse. Pero lo que sí reconoce es el cambio profundo que se está operando en él. No sólo hay escombros a su alrededor, sino que también su interior está destruido. Pero a la vez, comienza una reconstrucción. Y la reconoce. Y se reconoce. Y se siente valiente.
Intenta levantarse, y cae de rodillas. Y comienza a avanzar. Y sale, a la luz, gateando como un bebé, berreando su nombre.

Guillermo Javier León
20/10/1993 y 22/5/1997

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